martes, 16 de junio de 2009

Con algunas hojitas de cedrón, siete cucharaditas de yerba y una de azúcar sólo al primero



Es tarde. Hace un rato, sentí una alegría inocente al poner el agua para el mate. Sé que el día se termina y no tengo ganas de irme a dormir, aún habiendo dormido anoche cortas 4 horas. Cortas y suficientes.
Qué ritual curioso el del mate. Puse el agua sin esperar a nadie, sólo para mí. Y me pone así de contenta... qué llamativo.
Creo que la alegría es porque celebro tomarlo a solas conmigo.
Disfruto de mi intimidad y de este frío tan invierno que no es. De este tiempo de silencio y de vacío post carnaval en la calle. De las voces de la radio hablando de la temperatura. De algún tango que aprendi quién sabe cuando. De este olor a noche invernal.
Ahora siento mi cuerpo tranquilo y mi espíritu en paz.
No sabría decir, aunque mucho lo piense, si este disfrute por la soledad y el mate tiene que ver con todo lo que dije antes, o con algo de campo a las 7 de la mañana, o algo de desvelo melancólico, o algo de letras, o de óleos, o de pasado, o de culturas arcáicas, o de tribus a las que no pertenecí pero presencié... no lo sé.
Me busco los pies como raíces.
Como las raíces en las que descanso. En las que ilusoriamente creo que descanso.
En las que ilusoriamente querría descansar.