miércoles, 19 de agosto de 2009

Aquelarre


Una palabra hoy está de fiesta en mi cabeza. Es la anfitriona.
Salta de alegría en su pequeña cama, pero no está sola. Tiene amor a la derecha y respeto a la izquierda. Primero estira su mano hacia una de ellas, luego hacia la otra y después une a la primera con la segunda.
Festejan cuando hay sol, comiendo, bailando, subiéndose una encima de la otra. Peinándose. Perfumándose.
Cuando empieza a oscurecer, se abrigan entre sí, y comienzan a llegar palabras nuevas, y le hacen espacio para que se sientan bienvenidas y cómodas. Las alimentan, las abrigan, las cuidan y aman. Se sabe que cuando llegan las inesperadas, nadie comete desacatos, alcanza con la indiferencia. Sus egos no se lo permiten, de manera que ante la apatía de sus pares, deciden abandonar el lugar, siempre muy escoltadas.
Cerca de la madrugada, algunas palabras prefieren retirarse, quien sabe si por cansancio, agotamiento, envejecimiento o debilidad. Y otras deciden instalarse de manera insolente y sorpresiva. Nadie dice nada, las palabras no suelen ser muy verborrágicas. Entre ellas se entienden, se dejan ir sin preocupación y aceptan las que llegan sin mayores inquietudes (más que la clásica sorpresa de aquella que viene de lejos y ya todos daban por perdida, entonces le alcanzan algo de comida recalentada, una frazadita, le cuentan chismes viejos, es decir la incluyen).
Algún día, el festejo estará en manos de otras palabras y compromiso será la invitada. O no. Depende el carácter de la fiesta, eso es muy íntimo.