miércoles, 30 de junio de 2010

DE NOCHES FRIAS, PALABRAS Y VACIO

Cuando de una vez por todas le pongo nombre a la nada, se me vuelve algo entre las ropas, además de carne, se me vuelve letras y palabras entonces esa nada es mía.
Porque cuando uno tiene algo, una mascota por ejemplo, le pone nombre, así es más de uno.
Le acaricio la frente mientras le invento palabras y le cuento de nombres y de cosas que no existen.
Nos hicimos muy cercanas, nos contemplamos mutuamente, nos instruimos, descubrimos otros lenguajes. La nada encuentra lenguajes a cada paso y los rescata, los levanta y acaricia... (uno da lo que recibe).
Soy posesiva, la preservo de las trampas, de la pasión, de las madrugadas, del sexo... del verbo.
La nada que cuido ya tiene unos kilos de más y una consistencia bastante extraña, fofa, densa.
Ya me está ocupando demasiado espacio en este cuarto pequeño, se está esparciendo por debajo de las puertas, salta ventanas hacia la calle, cuanto más ocupa más engorda, como si se alimentara de lo que conquista. Es una nada imperialista. El oleaje de lodo de nada me empuja escaleras abajo.

Arrastrándome.
De a poco se me mete en las fosas nasales, me toma los pulmones, después sube hasta los ojos y entonces dejo de respirar y de ver. Dejo de respirar y de ver y ni aún así me muero...
Todo lo que puedo esperar es que siga su curso hacia arriba y habite el cerebro. Y así terminar definitivamente con esta especie de existencia a medias.