jueves, 7 de abril de 2011

CEREMONIA OPTIMISTA

Finalmente no es para cuestionar, ni para castigar. Simplemente los de este lado, deberíamos entender y acompañar a nuestro modo, con los gestos de siempre, qué se yo... el mate de la tarde, algún jazz a tiempo. Lo cierto es que ante semejante soledad, se rodeó de mugre. Por rodearse de algo.

Entonces, las nubes del techo se abrían paso y dejaban ver parte de la madera envejecida, arruinada, pero sólo así entendía por qué cada vez que llovía, se le mojaba su sillón de terciopelo rojo intenso. Manoteba espantando moscas que no se iban, que cambiaban de color y se acercaban cada más a su nariz. Algunas conseguían adentrarse entonces se sentía grande, importante. Inspiraba con profundidad, haciéndolas propias. Por tener algo propio.

El mundo a su alrededor se le apuraba, las ventanas se abrian y cerraban como si las 24 horas del día pasaran en 2 minutos, y así la vida. Amanecía y atardecía en instantes y eso era muy bueno. En tanto él seguía ahí parado en cierto modo, aunque corriendo por los zócalos, martillando las nubes, pasando la lengua por los quicios de las ventanas. Vomitaba. Tosía. Se agitaba. Reía a carcajadas. Sangraba por la boca y se sentía dueño del mar. Todo ese mar de sangre. Suyo. A borbotones.

Todos los días corriendo debajo de sus ropas, bajo esas nubes...

Se recostaba en el suelo boca arriba delante de la puerta de entrada, quieto, inmóvil, respiarando cada vez más chiquito para no distraerse. Ahí quedaba a la espera... todos los días pensaba lo mismo. "Ya van a entrar. Ya me vienen a buscar".

Se dormía en ese vértigo y se despertaba con la bronca de que una vez más no hubiera sucedido.

Otro día igual, volver a asirse de las cosas, volver a vomitar mar, a tragar moscas y a rodearse de mugre.