viernes, 31 de julio de 2009

Gusarapos en la cabeza

Había una vez un pueblo, de no se cuantas criaturas, tal vez pocas, muy pocas, y había además el beneficio del agua, la sed, y la sal. Yo estaba en él. Algo así como decir pesados los pies describe parte del lugar y de mi. Además, dos puntos rojos como bolas rojas sobre los párpados. Recuerdo cierta sensación, si es que apenas era eso, la sensación o ni siquiera llegaba a ser una, pero recuerdo... Un punto azul en el centro del pecho, como una luz enceguecedora o cartel de neón, o cosa aparecida. Un tanto doliente el azul, es cierto ahora que puedo recordarlo mejor, un poco angustiante. Pero hay algo de esta luz que me cuesta describir, cierta extraña alegría. Al cerrar los ojos, ese azul quedaba impreso en la memoria de mis pupilas como pinceladas de Disch. Quiero decir, frías, heladas, petrificadas (si es que se me permite usar el término en estas instancias), y a partir de determinado momento, creo que era yo quien las entibiaba.
Sin embargo al abrir los ojos, no sé si era el azul que aún los tenía como vista principal, o la angustia, la necesidad, el hambre, el deseo, o quien sabe... el paisaje se me deformaba. Supongo que de a poco iba entrando en la realidad.
Los árboles parecían vestidos de una seda roja o naranja, con la cabeza casi llegando al cielo (porque tenían cabezas), los lagos no reflejaban mi imagen mas que en forma de burbujas como si el agua hirviera, y los bichos... Los bichos. Siempre han sido mis cómplices, interlocutores y acompañantes dialécticos exquisitos, prontos a encandilarme con sus azules como para no olvidarme... Un poco parecidos a mi de la cintura para arriba y distintos de la cintura para abajo.
Duraba unos instantes esta suerte de alucinación. Los que yo quisiera, claro porque era cuestión de sacudir un poco la cabeza y afuera azul, entonces el paisaje volvía a su lugar. Pero al día de hoy me pregunto cuanto de placer encontraba yo en aquella imagen deformada. Aprendí a vivir cada día de mi vida con esa pregunta. Tanto tanto me la pregunté que a esa inicial, le fui agregando otras, como ¿es realmente deforme esa imagen? y si no lo es... ¿por que a mi se me ocurre pensar que sí?, seguramente tomaría como modelo original aquella que alguna vez vi, la primera, la inicial, la limpia. O tal vez aquella haya sido la deforme. O tal vez cada uno tiene una imagen diferente. Todas deformes. O todas reales, y ¿por que lo deforme no es real? Sí, lo es. Esto lo es.
Lo que fuese, saltar de instante en instante ha sido siempre una gran diversión.
Hay algo de maravilloso en la no fantasía.
Es dar con mi no ser fantástico. Es dar con ese de luz azul en el pecho, pies cansados y bolas rojas en los ojos. Es pensar que el salto al instante siguiente es una caída libre al vacío. Esa sensación es maravillosa. Descubrir en cada bicho una parte de mi inquietante existencia, es decir, bostezaba y bostezaban. Me reía y ellos también. Hacíamos rondas tribales. Fumábamos, comíamos y bebíamos lo que la naturaleza nos ofreciera. Hacíamos música con todo el cuerpo. Nos bañábamos unos a otros. Dormíamos encimados y contagiados. Mirábamos tanto a las hojas que se cambiaban de color. Seguíamos hormigas cabezonas hasta su hogar. Armábamos fuertes para otros bichos temerosos. Nos acariciábamos con manos o extensiones pegajosas, húmedas. Me enceguecían los azules de otros pechos. Nos amábamos.

Y dormir. Eso sí... porque cuando sueño... entonces, un trabajo digno, un amor, una familia y amigas como faros.

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