miércoles, 25 de noviembre de 2009

De vientos que dan forma a la existencia

Cuando era pequeña y apoyaba la cabeza en la almohada para dormirme, sentía que me iba achicando cada vez mas. Hasta que de pronto, abría los ojos rápidamente como quien se quiere anticipar al destino y veía muy cerca de mi cuerpo, casi rozándome, una aguja.
Todas las noches lo mismo. Incluso llegué a pensar que cuando cerraba los ojos, se movía, ganaba territorio en mi cama. La propia imagen también se modificaba, comenzaba a moverme como en cámara lenta, sin proponérmelo, claro. Tenía conciencia de lo que pensaba, pero no de lo que hacía. Entonces mi mano se acercaba a la aguja. A lo largo del tiempo había entendido algo... si se me ocurría agilizar los movimientos, la escena terminaba. Situación que evitaba.
Recuerdo claramente lo que sentía en la panza ante semejante imagen. Una aguja gigante me apuntaba. Me condenaba. Me hechizaba. Me asustaba. Pero yo quería que se quede.
Esa sensación, hoy es la angustia que me acompaña.
Por supuesto, podría evocar al tan mentado "beneficio secundario del síntoma", asumiendo que en cualquier caso, esta angustia trae algo de irrealidad o de fantasma, algo de eternidad, de quietud. Uno se queda como el axolotl en la pecera, mirando atrás de un vidrio en donde todo es ajeno y uno ya no es uno, sino lo que los demás ven de uno.
Lo cierto es que en cuanto comienzo a descubrir mi angustia, caigo en el antiguo vicio de buscar respuestas. Y qué es la angustia sino la falta de ellas.

No me quiero ir a dormir y mañana me levanto demasiado temprano pero se muy bien que ahora nada importa más que escribir sobre ella hasta extirparla.
Entonces, digo que pensé en vomitar palabras y asocié la imagen a un parto y me pregunto que tienen en común éste y aquel si es que uno da vida mientras el otro desecha lo que el cuerpo rechaza.
O es que el parir es una forma de rechazo y de sacarse algo de encima?
O es que sólo se desecha lo que no es propio bajo el nombre de parto?
Entonces, escribo sobre mi abandono. Y mi papá dándome la espalda. Y mi papá que no me mira. Y no hay caso. No mira. Y mamá naturalizando el secreto, lo no dicho.
Y escribo además por la inmensa quietud de esta noche en este espacio reducido y en la oscuridad que encandila desde la ventana y esa nada que se hace espacio en mi cabeza, en el pecho, en las manos hinchadas, en estos ojos como piedras, en los cuadros.
Escribo por lo que extraño, por lo inevitable, por lo que acontece y por mi pierna, por este cuerpo que duele, por el peso de los días.
Escribo por las banderas para ciegos, por corromper las técnicas de escritura, por sublevarme y gritar a los cuatro vientos.
Escribo para imaginarme la muerte a pierna suelta.
Escribo para lastimarme, para humillarme, para sentirme menos que la aguja.
Escribo para convencerme y por necesidad.
Escribo para prescindir de todo, para dejar todo atrás y no volver la mirada.
Escribo para no salir a cielo abierto a caminar un par de cuadras aunque duela.
Escribo para no lastimarme los nudillos.
Escribo para distraerme.
Sólo me queda cerrar los ojos y empezar a pensarme como un médano frente al mar, dejar que el viento me modele, y amanecer otro día, con otra naturaleza. Sin dolor, ni rechazo ni abandono ni agujas ni peceras con axolotles.

1 comentario:

  1. A veces admiro con qué fluidez navegás en la profundidad de las palabras, de las emociones, de la... fantasia?

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